PublicacionesSin categoríaOCASO Y AÑORANZA DE LAS FORMAS

diciembre 1, 20170
Por HERMANN TERTSCH
ABC  Viernes, 01.12.17

Un libro sobre Cristóbal Balenciaga y la belleza que nos evoca lo perdido

PRONTO se cumplirá el medio siglo de aquellos acontecimientos que cambiaron el mundo desarrollado. Fue en 1968. Al llegar a la juventud la generación que no vivió la Segunda Guerra Mundial se produjo en Occidente la explosión de los anhelos, del culto a la emotividad y a la libertad sin límite. En todo Occidente surgió en 1968 el afán de la libertad. De la libertad colectiva y de la individual. Los talleres neomarxistas de la Escuela de Frankfurt desencadenaron ese caos con la certeza de que se encauzaría en la dirección apetecida. Hoy hay que decir que estaban en lo cierto. Quienes advertían sobre la contradicción de quienes exigían a un tiempo libertad individual sin límites en París, California o Frankfurt y disciplina militar para la supuesta libertad colectiva de Vietnam o Cuba, eran despachados como reaccionarios, imperialistas o fascistas. La revolución de 1968 cambió Occidente para bien y para mal. Cada vez somos más los que creemos que hizo mucho más daño que bien.
Entre las cuestionables conquistas del sesentayocho está la demolición de las formas. Desde las menores nimiedades del aspecto y vestido a las más profundas de actitud, pensamiento y conciencia, todas cambiaron o quebraron. Límites, reglas, y convenciones dejaron de ser respetadas y pronto eran despreciables por hábitos burgueses. Triunfó ese símbolo de la gesta del nuevo heroísmo en la libertad individual que fue la transgresión. Que adquirió irresistible prestigio, que perdura aún. Aquellos polvos trajeron lodos de los que no sabemos salir. Esa falta de límites y formas llevaron al desplome del rigor de pensamiento y palabra, al igualamiento de lo desigual y a la desaparición de referencias y valores en las relaciones humanas. El resultado es este inmenso puré relativista en las cabecitas de los cachorros humanos en el que no existe orden de prioridades y rige la mera pulsión de apetencias y emociones.
Pocos creen que esto tenga otro remedio que el consuelo individual antes de que los regímenes del futuro descarten la libertad de buscarlo y la suerte de encontrarlo. Ayer me cayó en las manos un consuelo como libro titulado «Balenciaga, mi jefe» (Editorial Círculo Rojo), escrito por la donostiarra Mariu Emilas, hija y nieta de cortadores y hombres de confianza del modisto. El libro es un gran homenaje a Cristóbal Balenciaga, al padre y al abuelo y a todo el entorno de los tres de la creación de aquella moda en aquellos tiempos en San Sebastián y Madrid. Un libro delicioso, magníficamente escrito, introduce en la atmósfera, la visión del mundo, la época y el estilo de vida de un equipo de creadores que trabajan en el amor común por el trabajo bien hecho, en el rigor, en la pasión por la excelencia en la forma, que es fondo. Formas, formas, formas.

Es todo un canto bello a las formas de coser y vivir, de tratarse con afecto, de educación, de modales, de probidad y orden. Sobre la alta costura y la vida buena en el sentido más estricto y excelso. De la discreción, el razonamiento, de la palabra bien tratada como la costura y el pliegue, de la belleza, de la elegancia, de la excelencia, de la serenidad, del orden. Todo ello en un San Sebastián meca del buen gusto, en balnearios y grandes hoteles, en un Madrid discreto y minoritario con París presente. El libro de Mariu Emilas es un homenaje a la belleza surgida de la suma de todas las formas que tienen causa, razón y voluntad. En un culto a lo bueno, bello y veraz, a lo auténtico, que reconforta y reconcilia con el ser humano.

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