Por HERMANN TERTSCH
ABC Martes, 12.03.19
La mentira del 11-M, como la antifranquista, amordaza a los españoles
TODOS saben que es mentira. Que no fueron un puñado de camellos confidentes de la Policía los que cambiaron radicalmente la historia de España el 11 de marzo de 2004. Todos saben que no eran ocho «pirados» marroquíes con unos cuantos desgarramantas de la pequeña delincuencia los que coordinaron en la perfección una cadena de atentados que tenían que helar el corazón y lo hicieron de una nación milenaria como la española. Unos chorizos descerebrados no ejecutan con ese virtuosismo de organización y desarrollo un atentado perfecto en su terrorífica eficacia. Toda España sabe que es mentira. Pero no se dice.
Porque, quince años después, si hay algo firme en España es el tabú oficial que condena radicalmente todo cuestionamiento de la versión más inverosímil sobre el 11-M que es la oficial. Por lo que firme es aun hoy la voluntad de destruir profesional y personalmente a quien diga lo que todos saben: que se quiso cambiar la historia de España con aquella matanza y que se consiguió. Que se quiso hacer volver a España a la senda de la división, la debilidad exterior e interior y el fracaso político y se logró. Que se decidió crear de forma traumática unas condiciones para acabar con el régimen constitucional de la Transición de 1978 y la Reconciliación Nacional y se hizo. Desde entonces todo ha ido en la misma dirección. Mariano Rajoy obtuvo una
mayoría absoluta para impedirlo. Pero esa historia de abismal cobardía y fracaso es otro cantar.
Hoy vemos triunfar posiciones políticas y personales de quienes no habrían sido nada ni nadie sin aquello. Vemos el bienestar material de muchos que sin el 11-M habrían sido menos que nada en sus partidos, academias, facultades y garitos diversos. Si Zapatero pierde aquellas elecciones habría acabado probablemente de abogado en el turno de oficio en León y no de agente internacional del narcotirano Nicolás Maduro con gran casoplón ya en Aravaca. Sin Zapatero, Cataluña no habría delirado de la forma en que lo hizo cuando se le dijo que las leyes no importaban. Ternera estaría en la cárcel, ETA no compartiría con el PNV el maná tributario del Concierto y sin las campañas de revancha la guerra civil no habría estallado en tantos corazones y cabezas y el odio no se habría desparramado por las calles de las ciudades españolas. Al menos no tan brutalmente. Sin Zapatero, no habría un partido leninista de 70 diputados, ni Pablo Iglesias tendría mansión en la Navata. Pedro Sánchez estaría, lógicamente, en el paro de larga duración. Los partidos terroristas estarían ilegalizados y no podrían ser socios del gobierno.
Ayer, el ministro del interior, Fernando Grande-Marlaska, felicitaba en la radio, quince años después, a las fuerzas de seguridad por su investigación del atentado del 11-M. Dice que «llegó hasta el fondo». «Sustancialmente se sabe toda la verdad sobre los atentados del 11-M». Quien tenga dudas al respecto es un Villarejo que solo merece desprecio. La inmensa mayoría de los periodistas han asumido esa versión. No están los tiempos para audacias. Políticos y medios toman por imbécil a la ciudadanía. Grande-Marlaska, un juez respetable hasta que entró al gabinete de los horrores, está feliz con la investigación del 11-M. Como el juez Bermúdez en cuanto supo de su propio éxito. Y toda la tropa del consenso aplaude esta inmensa farsa que solo genera falsedad. Porque el 11-M es la otra gran traición de los españoles a su convicción con la mentira antifranquista. Esa que reza que los españoles eran demócratas reprimidos por Franco y tres curas y tres militares. Y la izquierda era la resistencia demócrata y civilizada. Y que la república fue decente y además funcionó. En fin, cuentos que se pagan.
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marzo 28, 2019